"En una espléndida sesión continua ve Almería sucederse eventos relacionados con el séptimo arte. Es nuestra tierra, como bien pregona el slogan, tierra de cine, porque es precisamente eso, su tierra, lo que prestó como decorado para la recreación de títulos paisajes lejanos en los que se desarrollaron distantes escenas. Por sus ramblas, terrera y collados, tronaron los tiros y las cabalgadas de los héroes del cine del Oeste, en una especial versión que le valió el gastronómico calificativo de spaghetti western.
Por lo mismo que a aquel cínico pistolero, acogía esta tierra al misterioso árabe, al metálico romano o al belicoso yanqui:.. Y para hacer de unos y de otros vinieron los más sonados actores de la época. Mientras los nativos se tenían que contentar con el papel del extra: atacar o huir, sentirse héroes y hasta fingirse muertos a cambio de unos dinerillos y siempre tras el disfraz, sumido en un anonimato del que era imposible salir.
El almeriense, como tantas veces, seguía sin ser protagonista de su historia. Por eso resulta gratificante contar entre los "nuestros" con alguien del Cine que hubiera trabajado desde el corazón mismo de este hecho artístico.
Y esté es el caso de Cecilio Paniagua (Terque 1912- Madrid 1979). Entrar yo en la biografía de este magnífico director de fotografía cinematográfica resulta, amén de lo imposible por mis escasos conocimientos sobre su trayectoria personal y profesional, ocioso, pues a ello se vienen dedicando en estos días los conocedores de su obra.
Sólo pretendo dar unas notas sobre sus inicios y su relación con Jesús de Perceval, su amigo, otro ilustre de la tierra que también estuvo aunque con menos intensidad en el corazón de Cine y con el que mantiene un paralelismo en su actividad artística.
Sabemos que Cecilio recibió la afición de su tío, según nos atestigua el hijo de éste, José Paniagua. El origen del interés por la fotografía en Perceval es algo que no se puede precisar. Lo cierto es que Jesús tenía nueve o diez años cuando se interesó por una cámara fotográfica, con tanto empeño y rabietas que al fin vino una de Londres, entre el equipaje de su tío Giussepe Benedetto Maresca.
Niñez
Su preocupación por la fotografía era ya patente en su niñez, como pude comprobar entre las fotos que de aquella época vi en su estudio: muchas manifestando ya la búsqueda de efectos artísticos, entre otras estrictamente familiares.
Es de suponer que con la diferencia de dos años -mucha cuando se tienen pocos- debió Cecilio contribuir a la reafirmación de Perceval en su interés por la fotografía, si es que no es a él a quien se lo debe. El caso es que ambos se interesaban por sus respectivos quehaceres intercambiándose cuadros, pues Paniagua era también admirable acuarelista.
Las fotografías expuestas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1931 constituyen un éxito
que abrirá a Cecilio el mundo del Cine, una puerta en que jamás había pensado, y por la que entró aquel mismo año con Saudade, un documental de Carlos de Vel
Si Paniagua fue alumno de la Es cuela de Artes, debió terminar con lógica anterioridad a su amigo Perceval. En aquel edificio de la calle Javier Sanz -hoy instituto Celia Viñas- concurrirán juntos a la Exposición de Bellas Artes de 1934, en la que triunfarán: uno con la medalla de oro en Fotografía y otro con el premio del Presidente de la República. Llevó Paniagua dos fotos: un chiquillo vivaracho y greñudo y una vieja de velo negro y mirada interrogante. Perceval dos óleos con tipos grotescos, uno de ellos acompañado al autorretrato del autor, que entonces andaba en su época de influencia zuluaguesca.
La dichosa Guerra les sorprendió en bandos distintos; Cecilio en Jerez -donde montó un estudio y llevó a cabo numerosos documentales y Jesús en Madrid, con unos anarquistas con los que hizo el viaje a Valencia en un soberbio coche requisado a no sé qué duque, y ¡rodando documentales en el trayecto!
Las fotos y el cine documental que Jesús Perceval rodó en Valencia, sede del gobierno republicano, se perdieron por razones obvias y pienso que jamás aparecerán. Más factible se me antoja la recuperación del documental Mojácar que rodó, con guión suyo, con el productor Sobrado de Onega y el operador Andrés Pérez Cubero. Era -decía el propio Jesús- la primera vez que se recogían para el cine los montes de Tabernas.
Corría el año 1939. Y faltaban 15 años para que se rodara Sierra Maldita, la primera de las películas de Almería. Después vendría Almería y la uva, otro documental suyo rodado el mismo año de Una herencia en París, el primer largometraje de Paniagua (1940).
Por aquellos años llevó Jesús a cabo, animado por Juan Aparicio y José Miguel Naveros, infinidad de reportajes fotográficos por los pueblos y la Chanca , documentos que aún hoy sobrecogen por las condiciones en que plasman a las gentes que retratan.
Luego fue, en 1956, uno de los primeros colaboradores de AFAL... y siempre un activo en la fotografía, cuyo proceso lo realizaba completo, desde la toma en una de sus muchas máquinas al revelado en su laboratorio, una labor intensa si pensamos en el tiempo que otros proyectos le demandaban; una faceta de este artista que está por estudiar, velada en un segundo plano por su actividad pictórica, en la que tanto destacó.
El paralelismo de que les hablé se da, incluso, en el acierto al crear símbolos que, aunque distantes en el mensaje, lograron conectar con la gente. Y si no piensen en la botella de Tío Pepe vestido de flamenco, obra de Paniagua, o en el Indalo de Perceval. Jesús no dejó jamás de practicar la fotografía; imagino que lo mismo ocurriría con Cecilio en cuanto a la acuarela y al dibujo. Los dos artistas jugaban con ventaja para hacer incursiones con éxito en sus respectivos campos. Sabían mucho de luces, de sombras y de composición. Quizás por eso congeniaron tanto.
José Luis Ruz