Presentación por parte de José Luis Ruz Márquez del libro "Los años vividos", de Eduardo del Pino Vicente, en el Teatro Apolo de Almería, la tarde del 17 de diciembre de 2013. Ref. al día siguiente diario La Voz de Almería, p.30.
Contaba mi bisabuela
María Agustina, centenaria, que había oído referir a su abuela María Antonia
que siendo ella niña presenció como la villa sevillana de Aguadulce se
despoblaba cada vez que de Sevilla a Granada o viceversa, pasaba algún cuerpo
del ejército napoleónico. En los ribazos del cercano Camino Real tomaba asiento
todo un pueblo que, curioso y divertido, y en ocasiones con las meriendas, se
admiraba de aquella tropa, de la vistosidad de sus uniformes y, sobre todo, de
su manera de responder a sus saludos: “chau”, “chau”, “chau” -contaba que
decían- en una interpretación libre, pero que muy libre, del idioma francés.
Aunque este relato no
deja de ser algo ingenuo e irrelevante tuvo, sin embargo, la virtud de despertar
en mí la primera de mis muchas dudas sobre la Historia.
¿Cómo casaba esto con lo
que yo había comenzado a aprender en los libros?
¿Qué tenían que ver la
catalana Agustina de Aragón disparando el cañón o la madrileña Malasaña blandiendo
sus temibles tijeras, enfrentadas a muerte a los franceses, con la actitud de
aquel pueblo que salía, divertido, al camino para verlos y aún saludarlos?
Es evidente que aquellos
héroes de los libros poco o nada tenían que ver con mis retatarabuelos a los
que acabé situando más cerca de las amables meriendas de la Pradera de San Isidro que de la Carga de los Mamelucos contra el pueblo
de Madrid.
Ambas partes, no
obstante, vivían una misma época y una misma nación pero no ocupaban el mismo
lugar por muy cerca que estuvieran y por mucho que se complementaran. Y es que
hay una Historia, la grande, la narrada por sesudos cronistas y en la que
tienen su asiento los reyes, los héroes, los políticos y las batallas, mientras
existe otra, discreta y cercana, que se encarga de contar la vida cotidiana de
la gente sencilla.
Y aquí entra nuestro
amigo Eduardo. Eduardo del Pino, ya hace años que, para nuestra suerte, optó
por dedicarse a la historia entrañable y familiar, útil para complementar la
grande y, sobre todo, utilísima para el regocijo de nuestros corazones.
Nadie como él para buscar
los testimonios de la gente de a pie, de ponerlos en valor y orden y transmitirnos
de modo ameno el relato de la vida de unos almerienses sencillos y a veces
heterodoxos a los que viene brindando -desde 2008 en que empezó a reinar en la
última página de la Voz de Almería- un homenaje sentido y respetuoso.
Nos habla de los niños,
hasta bien talluditos mantenidos en la minoría de edad, gracias a los
pantalones cortos, y siempre sometidos a la disciplina: con las guantás del Colegio Diocesano o el punterazo y
coscorrón de la escuela de barrio de don
José el Aceitero.
Nos narra la sorprendente
inquietud deportiva de los Bisbal:
seis hermanos y todos boxeadores.
Se ocupa de la llegada de
la Vespa y de la envidia que esta
moto suscitó en unos años de penuria económica en la que las carencias imponían
un modo de vida que reducía la diversión de los jóvenes a pasear por el Paseo y
por el Faro, entretenimiento tan poco costoso como el que constituía “el consuelo de los novios pobres”: “ir a ver
escaparates”.
Nos describe la vida -envidiable
para los jóvenes de entonces- de Manuel
el de las Caravanas, el vigilante de los auto-camerinos de rodaje, el único
que podía entrar en la intimidad de los grandes actores y actrices de cine que
entonces recalaban por nuestra tierra
Pero es tan poco
convencional Eduardo en la elección de sus homenajeados que no solo repara en las
personas sino que a veces pone sus ojos en sus animales de compañía; y así rinde
homenaje a Oska, el perro del Habichuela, siempre orgulloso de ver a
su amo vestido de hombre-anuncio de las salas de cine, cuando ya los rodajes en
que intervenía a menudo habían pasado a mejor vida, llevándose su medio de
subsistencia.
Y como estas, infinidad
de historias. Todas interesantes y siempre ilustradas por unas magníficas fotos
que no solo ponen cara a los biografiados sino que, frecuentemente, muestran en
sus fondos unos paisajes urbanos ya desaparecidos con lo que se convierten en
testigos del maltrato que se ha dado a nuestro casco histórico… y sirva de
ejemplo la foto de portada del libro que hoy presentamos: el barquillero y su pequeño
cliente en el Paseo, captada ante Correos,
un edificio que no debió desaparecer jamás.
Campo este el de la
fotografía, en el que Eduardo nos ha conseguido en esta ocasión dos auténticas “exclusivas”:
la única foto del famoso Fuego-Vivo, hecha
de joven cuando era zapatero de profesión y aún no deambulaba por Almería; y un
Luis el de los Perros, retratado por
el hijo de Antonio Pérez Iglesias, el pastelero del Barrio Alto.
Eduardo no para. Su
capacidad investigadora y su constancia le han llevado a publicar con enorme
éxito “Almería, Memoria Compartida”
(2011) y “Almas de Barrio” (2012).
Ahora un nuevo libro de la colección Memoria, “Los años vividos” está esperando a que lo acojamos en nuestras
bibliotecas…
….
Sentémonos en el ribazo
del Camino Real y disfrutemos viendo pasar ante nosotros, no soldados ni
cañones, sino la vida misma de nuestra ciudad de Almería de la mano de Eduardo
del Pino Vicente, ilustre historiador de la gente sin historia.
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