lunes, 5 de diciembre de 2011

POEMAS DE TRINA DE LA CÁMARA


PRESENCIA. POEMAS DE TRINA DE LA CÁMARA

Introducción de José Luis Ruz al libro de Poemas de Trina de la Cámara Presencia, Ed. Graf. Gutenberg, Almería, 1996.
Trina de la Cámara.
Dibujo al grafito, del natural por José Luis Ruz. Almería ,1971.


"Trina de la Cámara escribe desde siempre. Desde que en casa le comenzaran a llenar de versos su infancia. De unos versos de los poetas de siempre, que doña Carmen, su madre, sabía como nadie sentir y recitar. Niña soñadora, creció feliz en la huerta familiar de los Cámara. Allí vivió su particular universo, rodeada de plantas, de animales, de una naturaleza por la que siempre sintió irresistible atracción y que está constantemente presente en su extensa obra poética, en sus relatos y cuentos.

Guía sus primeros pasos Sofía Nestares, poetisa granadina, pulcra y medida, que le corrige y orienta, tratando siempre de edu­carla en la métrica y en la ortodoxia rítmica. Pero Trina optará por una rima poética libre y personal. Buscará la inspiración en la lectura de San Juan de la Cruz, de Rabindranath Tagore y Juan Ramón Jiménez, dejando entrever en sus primeros ver­sos la influencia de Federico García Lorca, cuya lectura fue una de las primeras "desobediencias" a los consejos de Sofía, de la que -sin dejar de profesarle auténtica devoción- se fue apartando poéticamente.

Son los de Trina, versos llenos de ternura, entrañables y sen­tidos. Mientras unos reflejan pura mística, otros expresan el senti­miento de lo cotidiano. Algunas alegrías y las tristezas. La tristeza inmensa que desprenden sus versos ante la pérdida de su primogé­nita, o la de su anhelado hijo varón a solo unos instantes de su alumbramiento...

Amiga de poetas y escritores, ha compartido inquietud poética y amistad con Jesús Campos, Diego Fernández Collado, Carmen Gar­cía Bervel, José Andrés Díaz, María Yélamos, Antonio Manuel Campoy, gozando su obra de la estima y valoración de Sotomayor, Manolo el Pollero, Gerardo Diego y Lauro Olmo, al que, por cierto, oí un día comentar que no se explicaba cómo guardaba Trina, con tan raro celo, sus escritos. No sé qué timidez, qué extraña modestia, le ha llevado a mante­ner en la sombra, a velar, su capacidad creadora, algo a lo que sin duda habrá contribuido, también, la enorme personalidad de su céle­bre marido, Jesús de Perceval.

Repasando sus manuscritos, vemos cómo a veces ilustra sus versos con unos dibujos líricos, bucólicos, con escenas amorosas o maternales actitudes. Y es que Trina es, también, artista plástica. Otra faceta suya poco conocida, e igualmente oculta, que cuando, en raras ocasiones, ha salido a la luz ha sido altamente valorada, tal como sucedió cuando el hermoso dibujo que concurrió a la exposición nacional Corpus de Granada 1942, obtuvo, en reñida competencia, el primer premio y la medalla de oro.

Ahora, a hurtadillas, sin su consentimiento, su hija Carmen le publica el puñado de poesías que hemos elegido y que componen este libro. Para más adelante se prometen otras. Esperemos que entonces vean la luz con su beneplácito, pues no nos parece justo que nos prive de ellas. Que no nos escatime los frutos de su sensibi­lidad. Tal como ella misma, en uno de sus poemas pide al árbol:                   
        Deja sembrar tus hojas esparcidas,
        no quieras retener lo que te prestan
        que el árbol no es el dueño de la vida."




miércoles, 31 de agosto de 2011

CRESPÓN NEGRO EN EL CRISTO DEL AMOR







Artículo de José Luis Ruz publicado en La Voz de Almería, el 27 marzo de 2002. Ilustración foto Trina de la Cámara en el taller de Jesús de Perceval


CRESPÓN NEGRO EN EL CRISTO DEL AMOR

El pasado día 13 de marzo moría en nuestra ciudad doña Trinidad de la Cámara Montilla, Trina para los su­yos, Trina de la Cámara para sus mu­chas amistades. Y con ella se iba uno de los pocos testigos que van que­dando de los inicios iconográficos de la Semana Santa almeriense tal como hoy la entendemos y en particular de la gestación y nacimiento del Cruci­ficado que se venera en la iglesia de San Sebastián, salido de las gubias y la maestría artística de Jesús de Per­ceval, su marido.

A la sombra de su brillante com­pañero, la actividad artística de esta mujer queda velada, en un segundo plano que no por discreto resulta ni mucho menos irrelevante, pues fue  mucha su valía. Su indudable sentido artístico, su sensibilidad, quedan puestos de manifiesto con facilidad. Con nada que indaguemos en su quehacer nos apa­rece una consumada dibujante, au­tora de delicados dibujos de tema ge­neralmente bucólicos con los que con­forma un retrato un poco naif y bas­tante sincero de su tierra y de sus gen­tes. Con poco que busquemos halla­remos en ella, también, a una senti­da poeta...

Pero aún siendo estas actividades de Trina algo de lo que sería bueno ocuparse, parece ahora oportuno que estas pocas líneas sean dedicadas a recordar su colaboración con Jesús de Perceval en la Escultura, desde la época de juventud del artista en su primer estudio en la calle de Eduardo Pérez, allá por el inicio de los años 30, y luego en el que sería definitivo, en una casa de la calle Padre Gabriel Olivares, hoy dedicada al artista.

Se iniciaba la década de los 40. De aquella casa de la huerta de los Cá­mara, un legado recibido por Trina de sus mayores, como por encanto salen cum­plimentados infinidad de encargos; se suceden las imágenes, los retablos y los tronos que las enmarcan y pro­cesionan. Una labor enorme se desempe­ñaba en el taller de Perceval. Car­pinteros, doradores, tallistas, apren­dices, se afanaban en una labor co­mún con el que se logra revestir no pocos templos de la capital y la pro­vincia. En aquella labor, en muchas de aquellas realizaciones, aparece con frecuencia la mano hábil de Tri­na. En el dorado y policromado de la talla de la Virgen del Carmen, que pa­tronea a los pescadores desde San Ro­que, se hallaba aplicada la esposa del escultor cuando surge el encargo de un Cristo para San Sebastián.

El embarazo de su hija Carmen no le impide, en absoluto el ayudar a Je­sús en la ejecución de la talla, pri­mero en su calidad de crítica -que lo era, y aguda- y finalmente en la ela­boración del policromado y el acaba­do, en aquellos calurosos días de fi­nales de junio de 1945, del Cristo del Buen Antor. Un Cristo representado por Per­ceval en el momento de la Expiración, que habría de constituir uno de los más representativos de los cinco con que cuenta la iconografia del Cruci­ficado en la Semana Santa almerien­se, una talla en madera que acusa en su traza la influencia de otra de Alon­so Cano.
Un Jesús en la Cruz del celebé­rrimo escultor facilitado por la pro­pia Trina, que lo había recibido de sus ancestros de la ciudad del Darro, permitiendo de este modo tan direc­to hacer posible, a pesar de la dis­tancia en el tiempo, la influencia del granadino en la obra de nuestro es­cultor. En el trasiego de aquellos días perdió la antigua talla un par de dedos de sus magistrales manos, una mutilación que fue un tributo más, y doloroso, de Trina a la obra de su esposo.

Ayer martes procesionó con orgullo la Hermandad al Cristo del Amor. Cuando muchos ojos devotos repara­ron en el crespón, pocos sabrían que Trina de la Cámara contribuyó a en­carnar, a dar lustre, a la piel de la ima­gen en que se anuda. Pocos sabrían como en 1985 fue de luto por su mari­do, Jesús de Perceval, y pocos, también, recordarían que en 1997 llevaba la mis­ma señal luctuosa por la temprana de­saparición de Mari Paz, la menor de sus hijas...

Y hasta aquí estas cuatro líneas que relacionan a Trina de la Cámara con la imagen del Cristo del Amor. Quién sabe si el inspirador de aquel poema suyo con que en 1967 presentía su pro­pia muerte:
                                          
                                        Pero siento mi alma como fría,
                                        pero siento mi cuerpo como inerte
                                        y por eso; Señor, te pido ahora
                                        y por eso señor, te pido siempre."



miércoles, 27 de julio de 2011

CALLE REAL, CÁRCEL Y PATIO

















 
REAL, CÁRCEL Y PATIO.

Artículo de José Luis Ruz Márquez publicado en el periódico La Voz de Almería 27 de julio de 2011.
Foto de la calle Real de Almería en 1905. con la diligencia  de Adra, pasando por delante de la  portada de la cárcel.
                            

"El edificio de la Bodega el Patio, que fue cárcel en el siglo XVIII, ha desaparecido bajo la piqueta. La especulación se sigue cebando con el barrio histórico.
Han ido desapareciendo las señas de identidad de uno de los barrios antiguos peor tratados de España, se han ido borrado del centro histórico de Almería multitud de edificaciones que si no monumentos en si, si componían sumados un conjunto sin lugar a duda monumental como poseedor de una  indiscutible personalidad. Se ha producido una sustitución de arquitectura tan cutre y desastrosa, que a quienes no conocieron lo que el barrio fue, les cabe preguntarse ¿a quién se le habrá ocurrido poner aquí esta Catedral, este Hospital, este Liceo..?. De tal modo se han invertido las cosas que estos nobles edificios parecen ahora los intrusos, que están como de prestado, invitados de piedra -nunca mejor dicho- en este pobre festín, más que convite en que la especulación ha convertido el barrio histórico.

     En los últimos días de este verano asistimos a la despedida de la bodega El Patio. Despedida que no fiesta, pues a pesar del riego abundante con que se lubrificó el evento no dejó aquello ni por un momento de ser lo que era: un adiós, la despedida y punto final de un establecimiento popular y acreditado donde los haya, que se ha encargado de hermanar a tantos parroquianos del barrio que durante años acudían allí como un rito en busca de charla y comunicación al calor de los braseros de vidrio alimentados por un vino que unas veces era para llevar y otras para llevárselo puesto.

     Es realmente una tristeza su desaparición. Pero lo que no debemos es añadir a esta desgracia, una más. Es lógico que los negocios igual que en su día empezaron tienen al fin que acabar  Lo que ya no lo es en absoluto es que con su desaparición arrastren a otros “inocentes”, como es el caso de la portada de El Patio, la puerta de una cárcel que tuvo el honor de dar apellido a la calle Real -Real de la Cárcel- cuando lo necesitó para distinguirse de la nueva Real del Barrio Alto. Merecía sobrevivir una portada que desde el siglo XVIII ha visto entrar y salir penados, odres y garrafas, partir diligencias, carros y arriería y pasar generaciones de almerienses por la calle que en su día fue la arteria principal de la ciudad…

     No sabemos si se ha pensado integrar en la nueva edificación esta portada de piedra, obra de porte monumental con arco de medio punto flanqueado por dos columnas de orden corintio, labradas en una cantería vulnerable, sí, pero nuestra. No parece que esté incluida en el proyecto del edificio que se pretende, según el trato que se le ha estado deparando y anunciador exactamente de lo contrario: hace unos días las jambas de la portada fueron descantilladas a marro para dar paso a cualquier máquina de derribo. Así es que los síntomas no pueden ser peores, porque si se ha pensado en la conservación de este monumento no es esta, desde luego, la manera de que llegue lo más entero posible a ese momento.

     Pero sea como sea, si no está incluida su conservación debemos de exigir que se incluya. Es hora ya de dejar de actuar como si tuviéramos muchas cosas como esta para despreciar. Ahora tiene el Ayuntamiento la ocasión de reparar el desaguisado que permitió, omiso e indiferente, con la portada labrada y blasonada en piedra de la casa de Careaga en la plaza de su nombre, durante años mantenida en pie ante su solar, anunciando su integración, fingiendo su conservación, para acabar derribada y perdida para siempre.

     La puerta que dio apellido a la calle Real merece vivir, ser repuesta no sólo como recordatorio para tanto parroquiano desconsolado -con lo mucho de respetable que esto tiene- sino para todos los almerienses, para todos los vecinos del barrio que tendríamos que sentir los picotazos que sobre las jambas de la portada se dieron, como auténticas patadas en nuestras propias espinillas.

     El pasado día 7 ha sido demolida, hay que pensar que bajo la supervisión de los que deben; quiero creer que se han guardado cuidadosamente su piezas, que se van a conformar los promotores con las entrañas, el subsuelo, locales, pisos y retranqueos de El Patio –es decir, con todo- y que nos van a reponer, de consolación, su portada. Lo que no quiero ni pensar es en la maldición, en la venganza, que esta se tomará en el caso de ser ignorada, de no ser restaurada e integrada en la nueva obra: se regenerará como puerta carcelaria, volverá a su sitio y se cerrará para siempre con los especuladores, sus cómplices, los insensibles y los omisos dentro. Ya están advertidos; después, que no nos vengan con lloriqueos ni lamentaciones."



JESUS DE PERCEVAL, COMUNICADOR





JESUS DE PERCEVAL, COMUNICADOR.

Artículo de José Luis Ruz Márquez, publicado en " 65 años Juntos 1839-2004 cada mañana". Ed. La Voz de Almería, 2004. Ilustración Foto: Perceval en la Universidad Menendez Pelayo, Santander; tras él, el pintor Gregorio Prieto y en primer termino Camón Aznar.

 

"A cualquiera que repare en la produc­ción pictórica de Jesús de Perceval (Almería 1915-1985) se le pone de manifiesto cómo el trabajo realizado por el artista, desmintien­do la cantinela de algunos mediocres, fue enorme. Qué duda cabe que podía haber sido mucho mayor de no haberla simultaneado con la talla y la escultura, con el dorado, con la restaura­ción, con la arquitectura decorativa, con la investigación histórica y arqueológica.

Y es que nuestro artista no podía quedarse en la mera especialidad, en la Pintura o en la Escultura, un mundo maravilloso, pero limitado como todos, por lo que extiende su interés por otros campos, convirtiéndose en maestro apasionado en muchas otras artes. Un auténtico renacentista, a la búsqueda de todas las técnicas y de todos los conocimientos. Pero no van a ir por los derroteros de la Pintura, del Arte, estas líneas, porque ahora, más que nunca, parece obligado referirnos al Jesús de Perceval comunicador cuando se cumple el 65 aniversario del nacimiento de este periódi­co, de cuya gestación, parto y primeros paso fue testigo excepcional e ilusionado. 

Porque maestro fue en la capacidad de ilusionarse no sólo con sus propios proyectos, sino con los ajenos, oyendo a sus autores con atención -pues sólo era física su sordera- aportándoles ideas y evitando siempre la caída del pro­yecto en el olvido. Yo mismo soy testigo -y beneficiario- de ello. Estar junto a él era la garantía de la inquietud, la expectación ante la inesperada salida siempre positiva y enriquecedora. Su lucidez y cla­ridad de ideas, su memoria selectiva y su sim­patía, multiplicaban el valor de su compañía que él se encargaba, con su talante hospitala­rio y acogedor, de poner fácil a cualquiera que llamase a la puerta de su estudio.

Sólo los menos avisados entendían como simple provocación su interés por la polémica, cuando lo realmente pretendido era el incitar con aquellas serias bromas a la confrontación precisa de la que surgiera el debate. Nunca su agudeza, su ironía la puso al servicio de la mala fe, pues era Jesús también en lo personal bue­no, que es doble mérito cuando la bondad parte de un inteligente.

Apasionado por el pasado de Almería, sus opiniones más o menos ortodoxas, pero siempre inteligentes, le valieron de muchos el calificativo de fabulador que lejos de resultar negativo constituyó siempre un halago para su personalidad, pues ¿qué sería del artista, del auténtico creador, sin su buena dosis de fabulación?  Era enorme su capacidad de creación en multitud de campos, una capacidad apoyada en una base histórica cierta e inteligente, con la que unas veces asentaba a los árabes neoplatónicos en una barriada de Gádor; hablaba de un hipotético descubrimiento de América por parte de unos marinos califales de Pechina, ponía a Ulises navegando por las costas de Almería, se traía a los emisarios de los Reyes Magos a Rodalquilar en busca del oro con el que presentarse en el portal de Belén, cuando no sepultaba a San Valentín, patrón de los enamorados, bajo las naves de la Catedral, o encendía mila­grosos fuegos en Laroya.

Y con ser esta inventiva admirable, se quedaría en un simple ejercicio de ingenio de no haber constituido en muchísimos casos los cimientos de lo que hoy constituye la Almería moderna, en cuya conformación podría decirse que es om­nipresente la presencia de sus ideas. Su inmenso amor por Almería le condujo a una preocupación obsesiva: por el pasado de la ciudad, desarrollando con ella un gran olfato his­tórico. Un olfato que le llevó, por ejemplo, a ser el primero en tratar de dar a la intentona libe­ral de los Coloraos una explicación documen­tada, hasta entonces limitada a la que hacía el mero relato del suceso, y que hoy constituye un polémico referente histórico de dominio públi­co.

Su fascinación por la fotografía a lo largo de to­da su vida artística, desde los años veinte en que se inició de niño de la mano de su amigo Cecilio Paniagua, luego excelente director de fotografía cinematográfica, le puso en contacto temprano con el cine, realizando los documentales de guerra en Madrid -Madrid, sufrido y he­roico- en el frente de Guadarrama, en Valencia, y en Almería, rodando con guión de Sobrado de Onega el documental Mojácar, donde por vez primera se recogieron para el cine los montes de Tabernas, en 1939, cuando aún faltaban mu­chos años para que en aquellos parajes se ro­dara la primera película del Oeste.

 Divulgador de Mojácar, ciudad que siendo mu­chacho le descubrió Juan Cuadrado, inspira­dora de muchas de sus mujeres de encáusti­ca, semiveladas, cargadas de cántaros y misterio, y que hoy constituye todo un referen­te turístico, a la que llenó unas veces de humo -la cuna de Walt Disney- o de realidades: la lucha por el Parador Nacional.

Su vocación mediterránea le hizo concebir el proyecto de Universidad del Mediterráneo con la pretensión de aglutinar con ella a los pueblos de su ribera alrededor del Estudio, como ahora va ha ocurrir en torno al Deporte...
     Y así tantas otras cosas y, sobre todas ellas, el Indalo, adoptado sin discusión, como si el pue­blo lo supiera emanado de la esencia de la pro­pia tierra, un acertado símbolo dotado de vida por nuestro polifacético artista.

Estamos, pues, ante un personaje genial e irre­petible al que quizá su ciudad no haya hecho aún la justicia que merece. Las recientes expo­siciones de Dibujo y de Pintura son las dos úni­cas espinas sacadas, por ahora, de su memoria. A juzgar por el mucho tiempo transcurrido, el viento habrá llevado muy lejos las promesas de Casa Museo y de Monumento para un artista que ha incorporado, con el suyo, el nombre de Almería a la Historia del Arte. Una actitud poco generosa para con alguien que se entregó a su tierra natal como lo hizo Jesús de Perceval, siempre con generosidad plena y muchas veces entre incomprensión y soledades, como en aquellos días secos y pobres, en que lo encon­tró el poeta

      Allí [...] solitario, solihambriento,
      dando norma al color, medida al viento".










                                            

lunes, 25 de julio de 2011

LOS INICIOS DEL AUTOMOVILISMO EN ALMERÍA

Breve reseña de las veite primeras matriculaciones. Artículo publicado en la revista de la II Ruta Club de Automoviles Antiguos. Almería, Agosto, 1991





     "Cuando en julio de 1900 se recibe en las oficinas de Hacienda una circular explicando el modo de incluir a los propietarios de coches automóviles como tributarios por el impuesto de lujo, la prensa local se hace eco de la comunicación, pero más realista que la previsión oficial con los pies bien puestos en la tierra almeriense, escribe ironizando: '”para que esta disposición pueda cumplirse en Almería tienen que pasar días... y que venir automóviles". Pero los autos no venían.
      El automovilismo era, como se decía enton­ces, un “sportcarísimo y elitista que trataba de abrirse paso con muchísima dificultad. Y es que ni la sociedad ni la economía almerienses de la  época, estaban como para ocuparse del deporte. Llenar lo necesario ya era mucho. Nada existía con ruedas que se sustrajera a lo práctico: los coches de caballos cumplía como taxis, los carros de mulas atendían el comercio, las carretas de bueyes se encargaban de las mercancías más pesadas, las tartanicas de El Alquián trasladaban viajeros de corto recorrido, las diligencias de Poniente y de Levante unían la capital con sus pueblos más lejanos y el tren, desde hacía poco más una década, se encargaba de satisfacer itinerarios más ambiciosos.
     Coches, carros, carretas, tartanas, diligencias, arriería y ferrocarril satisfacían, pues, el transporte sin otras metas que la mera utilidad. Deporte, no se ejercitaba sino en las temidas bicicletas, introducidas una década antes por don Carlos Jover, el "sportman", el deportista propietario del balneario Diana; una modalidad que raro era el día que no arrollaba media docena de personas, cuando convertían el Paseo en su particular velódro­mo.
     El Paseo del Príncipe Alfonso, era, como hoy con el nombre de Almería, la arteria principal de la ciudad; lugar de encuentro de la población y en el que, inevitablemente, tenían lugar los acontecimientos, buenos o malos pero siempre escasos, que rompían la existencia monótona de un tranquila ciudad de poco más de cuarenta mil habitantes…
     El 21 de noviembre de 1900, miércoles, se presenta como un día más. Con un ritmo hasta ahora desconocido se deja oír un sonido rítmico y extraño y el Paseo se paraliza, se petrifica. Cesan los juegos de la chiquillería, se detienen las bicicletas, apuntan las orejas los caballos de los coches de punto, los parroquianos salen de los cafés y, en los balcones, las amas de casa con las narices pegadas a los vidrios de los balcones, se preguntan: Pero  esto, ¿ “qué e lo que é”?....
     Paseo arriba sube un automóvil. “Se trata – según describe uno de los admirados testigos del evento- de un aparato de cuatro ruedas que en su parte delantera lleva un asiento en forma de butaca donde va la persona que para nada se entromete en la dirección del automóvil, mientras éste está al cargo exclusivo de la que, montada en un sillón como en las bicicletas, rige el aparato, yendo detrás del primer asiento”. Cuando el artilugio que ostenta la marca Marot y Gardón, de París, detiene su marcha, la gente se agolpa a su alrededor y lo contempla admirada mientras escucha atenta y embobada de boca de don José García Peinado, su conductor y representante de la fábrica, toda clase de pormenores. Desaparecido el extraño carruaje, quedan en el Paseo corros de gentes comen­tando sus características: su velocidad tope, demoníaca, de 46 kilóme­tros por hora; el consumo de dos reales de esencia de petróleo; su marcha, “tan suave –cuenta un privilegiado que lo ha probado- que si no fuera por la desigualdad del piso, creyera el viajero ir en ferrocarril"…
     Al día siguiente acabaron por verlo haciendo el mismo recorrido quienes se lo perdieron el anterior. Días y días  fue el coche objeto de sabrosos comentarios.
     Lo que ocurrió con este Marot y Gardón, venido -como los auténticos bebés- de París es todo un misterio. A pesar de tan largo viaje no parece que pasara de las manos del representante. A  los 2.500 francos que había que desembolsar para hacerse con él, se unía el rechazo y la desconfianza que suele despertar en el humano todo lo que significa revolución y progreso, máxime si intuye que va en serio. Así es que no estaban los almerienses por la labor. Ni los almerienses ni nadie… y si no, vean, como muestra, qué lindezas le dedicaba el poeta en la prensa a un recién nacido vehículo de 60 caballos:
     En los siete años que median entre la llegada de este Marot en 1900 y la primera matriculación en 1907, fueron poquísimos los vehículos de motor que rodaron por Almería. Borrosa constancia hay de la existencia de un primitivo vehículo de tres ruedas, propio de don Ramón Orozco Cordero, así como de otro de similares características traído por don Herman Frederik Winslow Fischer, emprendedor cónsul de los países escandinavos, como un adorno más de su hermosa casa, la que hoy alberga la Delegación de Educación y Ciencia: el cortijo Fíche, Vilche, del Gobernador o de Santa Isabel que de todas estas formas han ido conociendo los almerienses a este modernista palacete.
     Así andaban las cosas hasta que en 24 de mayo de 1907 una Real Orden establecía la obligatoriedad del reconocimiento de conductores y vehículos y, al poco, la matriculación de estos. Una simple autorización municipal había bastado hasta entonces para circular, por lo que hay que pensar en la existencia de -además de los citados de los Sres. Orozco y Fischer- algún que otro coche en Almería o su provincia, suposición reforzada por la petición de permiso gubernativo que en agosto de aquel año -unos meses antes de la primera matricula­ción- hace don Domingo Bartolí para poder circular con dos vehículos marca Berna.Nunca sabremos por qué estos dos Berna no llegaron a circular y detentar las matrículas AL-1 y AL-2. Tal vez el Sr. Bartolí optara al final  por matricular sus coches en otra provincia de carreteras más dóciles y practicables.
     La extensa lista de vehículos que se ha ido formando en Almería con en el transcurso del tiempo, se inició con unos variopintos automóviles; la mayor parte de marcas raras y de cortísima vida. De los matriculados entre 1907 y 1909 -es decir de una veintena- voy a tratar de hacer su lejana biografía con brevedad aunque con el cariño y el respeto que merecen los abuelos, ancestros del parque automovilístico que hoy enorgullece a los almerienses.
     AL-1. Matriculado en 20 de diciembre de 1907. Un turismo Aries de 24 HP y consumo de otros tantos litros de gasolina, con carrocería limusina, inscrito a favor de don Luis Lardón de la Sernne, un vecino de Granada, que lo dedicó a su servicio particular. De vocación emigrante consumió sus primeros años en aquella capital y de allí fue a parar en 1921 al pueblo jiennense de Castillo de Locubín, donde estuvo en propiedad de don Antonio Castro hasta 1925 en que fue inscrito a nombre de don José María Álvarez.
     AL-2. Matriculado en 3 de enero de 1908 por don Rafael Joya Manzano. Se trataba de un Gobron-Brillié, turismo doble faetón de 25 HP y de fabricación inglesa. Llegado a Berja el 16 de enero -como un auténtico regalo de Reyes- fue el primer automóvil que rodó en aquella localidad. Cuando don Rafael, ataviado con gorro, gafas y guardapolvo, hizo su entrada a bordo de aquel artefacto, se asombró la gente, se espantaron las bestias y los chiquillos siguieron alborozados su trayectoria hasta detenerse ante su casa en la calle del Picadero, donde fue recibido por familiares y amigos. Al ponerlo de nuevo en marcha el auto soltó tres sonoros pistonazos que alarmaron a la madre de don Rafael: "Ay, Rafalito por Dios, que me tiras la casa". Dio el coche un servicio regular, por no decir malo; hasta resultaba rara la vez que del propio pueblo al cortijo de Balsa Grande, a poco más de tres kms. no presentaba alguna avería. Al-3 y AL-4.
     Dos locomóviles a vapor John Fowler, de fabricación inglesa; desembarcados a primeros de abril de 1908 en la estación férrea de Albox-­Almanzora, quedando matriculados en Almería el día 6 del mismo mes a nombre de don José Rivas Massegur propietario de la Compañía Madrile­ña de Minas. Estuvieron dedicados al transporte de mineral de hierro desde la mina Mi Modesto, enclavada en término de Cóbdar, al ferrocan1, pasando por las ramblas de Chercos, Líjar, Cóbdar y Albanchez y las ramblas de Comares, Los Plantones y Calderón. Estos dos, fueron los primeros vehículos de vapor que transportaron mercancía en nuestra provin­cia, vehículos se entiende autónomos, sin el corsé que los raíles imponen al ferrocarril, que en estos días, precisamente, ha visto aumentado su parque con dos flamantes locomotoras: la “Nacimiento” y la “Andarax”, traídas de Bélgica por la Compañía del Sur de España.
     AL-5 y AL-6. Otros dos vapores ingleses John Fowler, adquiridos por la compa­ñía Spanish Marble Limited, matriculados en mayo y junio de 1908. El primero vino por abril de aquel año y a la espera de obtener la oportuna licencia fue encerrado en una cochera próxima a Albanchez, pero la impaciencia sacó el locomóvil de allí y la ley no tardó en sancionar a la compañía con una multa de 50 peseticas de entonces. El otro auto se matriculó en 6 del mes siguiente. Estos autos fueron protagonistas en 1909 de un aparatoso accidente, cuando el primero rompió frenos y se lanzó por el collado de Los Molinos, estrellándose con el otro que le precedía, destrozán­dose ambos e hiriendo gravemente a uno de los conductores.
     AL-7, AL-8 y AL-9. Matriculados en mayo de 1908, estos tres primeros camiones venidos a Almería, eran tres ómnibus Vitrac Dugelay, de 24 HP y fabricación inglesa. Los vehículos aunque pertenecientes a la Spanish Motor Transport, con sede en París, fueron registraron a nombre de don Francisco Lázaro Ruiz, gerente y representante de la empresa a la que había convencido para que iniciara su actividad en Almería, guiado por el afecto que profesaba a su tierra de origen. Con aquellos vehículos -llegados el 6 de mayo al puerto, a bordo del vapor Cabo Roca- vinieron los primeros coches de línea a Almería. Aquellas diligencias automóvi­les, capaces para 17 personas y 600 kg. de equipaje y encargos, van a comenzar sirviendo el trayecto de Almería a Berja por Adra; 60 kms. Que se cubrirán a una media de 20 kms/hora para evitar toda clase de incidentes.
     El establecimiento de esta línea había creado enorme expectación. Muchos de los viajeros que diariamente llenaban las dos diligencias que venían de Poniente, suspiraban por ella, sin importarles las siete pesetas que habrían de satisfacer por el recorrido.
     A las 8 de la mañana del martes 12 de mayo se realiza el viaje inaugural a cargo del AL-6 que sale trepidante de la estación-garaje establecido por la compañía en un solar del nº 1 de la calle de Sagasta, hoy General Tamayo. En el automóvil viajan el ingeniero jefe de Obras Públicas, don Ignacio Toll, el ingeniero director de las Obras del Puerto,­ don Francisco Javier Cervantes, los ingenieros Gómez, Molero, Pírez y Donoso, así como don Francisco Lázaro y el barón Edg de Marcay, gerente y consejero, respectivamente de la Spanish Motor Transport.
     A las 11,20 de aquella mañana tiene lugar la llegada a Berja, en cuya plaza un inmenso gentío recibe sobrecogido el novedoso vehículo. Entre parabienes, saludos y felicitaciones, almuerza la expedición y toma café y copa en el casino, lugar del agasajo. A las 5 de la tarde, vuelve a trepidar el motor del vehículo iniciando el retorno a Almería a donde llegar a las 8,30 de la tarde. Todos se felicitan por el éxito y celebran la pericia de los choffeurs, monsieurs Wolft, Monssy y Moquetier quienes han conducido por turnos y soslayando con acierto los muchos obstáculos de la ruta.
A los dos días hacen el viaje inaugural, de prueba, por la carretera de Granada hasta el sitio de Los Imposibles. El trayecto, de 25 kms. se ha cubierto en una hora y cuarto; en las cuestas del camino -mucho mejor que el de poniente- el automóvil ha subido las pendientes a una velocidad de 35 km./hora. Al regreso descansa la expedición en Gádor y entra en Almería en una hora y cinco minutos.
     La euforia creada por estos viajes es apagada por la multitud de problemas surgidos, agigantados por el pésimo estado de las carreteras y por las desavenencias en el seno de la propia empresa, cuyos directivos acaban por cesar a Lázaro. Aquellos autos que iban a enlazar Almería con Berja, Adra, Huércal-Overa, Vélez Rubio, Cuevas, Vera... terminan con­vertidos en coches de una línea interurbana -la primera que existió en Almería- que por 15 céntimos trasladará durante todo el verano de 1908 infinidad de pasajeros desde la Puerta de Purchena, con paradas en la Puerta del Sol y plaza Circular, a los baños del Recreo, cada hora y de 5 de la madrugada a 7,30 de la tarde; así como a la estación del Ferrocarril y a la plaza de toros los días de corrida.
     AL-10.Un turismo Berliet de 40 HP matriculado en 6 de mayo de 1908 por don Francisco Javier Cervantes, ingeniero director de las Obras del Puerto de Almería y el primer automovilista auténticamente deportivo de la ciudad. Con este Berliet se convirtió don Francisco Javier en el primer accidentado por auto en la historia de Almería, el 22 de junio de aquel año cuando circulando a más de setenta kms. por hora no pudo esquivar una curva en las proximidades de Berja, estrellando el vehículo contra el talud de la carretera, siendo despedido tanto él como su ayudante con tremenda violencia; salvo heridas de poca importancia ambos resultaron mejor parados de lo que era de esperar. El coche por sus muchos desperfectos quedó en aquella población y sus ocupantes tuvieron que cambiar de "caballos" y retornar a Almería en la diligencia. La afición del Sr. Cervantes al automóvil no disminuía por estos contra­tiempos. Usaba continuamente el coche. Y estaba al tanto de las novedades que en este campo se producían. Afición y economía le permitieron en 1909 la adquisición de un doble faetón Hispano Suiza de 16 HP y en 1912 la de un hermoso torpedo de tres plazas y 45 HP también de la misma marca.
     AL-11. Un Hispano Suiza tipo turismo doble faetón de 20 HP, matriculado en 29 de octubre de 1908 por don Adolfo Viciana Viciana, quien lo tenía en su poder desde aquel mismo verano, sin utilizarlo por carecer de permiso gubernativo de conducir. Don Adolfo debió adquirir interés por el naciente automovilismo en los años de su juventud, cuando vivió en Inglaterra, enviado por su madre a adquirir conocimientos relativos al negocio uvero.
     AL-12. Un Cotterosu, turismo de 12 HP, matriculado en 2 de febrero de 1909 por don Arturo Lengo Parras, vecino de la localidad de Garrucha, donde tuvo varios años la representación consular de Italia.
     AL-13, AL 14, AL 15, AL 16 y AL-17. Cinco camiones ingleses Eveling Porter matriculados entre mayo y agosto de 1909 por la Spanish Motor Transport. Fueron fabricados en Rochester y eran locomóviles de 25 HP adaptados para el transporte de mineral de hierro y barriles de uva con una capacidad máxima de diez toneladas. Curiosamente cuando la empresa anuncia sus servicios, ya muestra la preocupación por el medio ambiente al prometer que cuando sea mineral lo que trasladen al puerto, irán los autos tapados para evitar el polvo que hasta hace muy pocos años fue pesadilla rojiza de los sufridos moradores del barrio de la Ciudad Jardín.
     AL-18. Un Clement-Bayard, turismo doble faetón de 18 HP, matriculado en 5 de agosto de 1909, por don Ramón Orozco Cordero. La tradición familiar relata un percance que le ocurrió en el primer viaje, cuando asombró a las bestias de un convoy de carros, algunos de los cuales volcaron; los carreros rodearon el coche amenazando a don Ramón con las varas de sus látigos; sólo la habilidad del conductor con el arte de la esgrima le permitió salir ileso del trance, al usar como florete su bastón de paseo con tanta  eficacia que cabe pensar si sería de estoque.
     AL-19 y AL-20. Fueron otros dos Eveling Porter, matriculados en 15 de agosto de 1909, por la empresa Spanish Motor Transport, al comprobar con satisfac­ción como estos camiones eran aceptados por el comercio y la industria, por ser mas rápidos y económicos que los carros que lentamente y en intermi­nables filas, bajaban al puerto el mineral y la uva de embarque. Como contrapartida a sus ventajas, no faltaba quien ponía el grito en el cielo acusando a estas pesadas y antiestéticas -verdaderamente eran feísimas- máquinas, de dedicarse a destrozar el adoquinado de las pocas calles que por entonces lo disfrutaban.
     Y hasta aquí las breves notas biográficas de los primeros veinte vehículos que pasearon la matrícula de Almería. Modesto homenaje que en la distancia le dedico -le dedicamos- cuantos amamos la mecánica añeja.
     Lamentablemente ninguno de los reseñados queda, que yo sepa, con vida. Es una lástima. Habremos, pues, de conformarnos con pensar que sus “espíritus” perduran entre nosotros. Cuando los participantes en esta II Ruta paseen sus vehículos por las calles y carreteras de Almería, tengan la seguridad de que, ocultos por la hojarasca del tiempo, muchos faros de carburo les estarán, alegres y satisfechos, observando.
José Luis Ruz"

domingo, 24 de julio de 2011

LA PUERTA DE ALMERÍA QUE NUNCA EXISTIÓ.

LA PUERTA DEL MAR QUE NUNCA EXISTIÓ.   Historia de una Mentirijilla.
Artículo de José Luis Ruz Márquez, publicado en La Voz de Almería en 14 enero 1995.

"De como el mar subió 600 metros sobre su nivel, o como la ciudad de Toledo bajó a bañarse a la playa de Almería.
Así poco más o menos, hubiera titulado un viejo cronista la descripción irónica de cuanto yo pretendo relatarles ahora. Se trata de la ya popular estampa que titulan La Puerta del Mar de Almería, hasta la saciedad ilustradora de hogares, establecimientos y publicaciones. Una puerta que nunca fue de Almería y que jamás vio el mar sino en sueños.
Cuantas veces la veo me pregunto si me asiste derecho alguno a desilusionar a cuantos utilizan este bello dibujo y al final he pensado que contribuir con el silencio a su mantenimiento ni es mentira piadosa ni cuestión vital ni importante y me he decidi­do a hacer este comentario, convencido de que con él contribuyo a dar al almeriense una medida más realista de su pasado, mo­desto -después y aún antes de tener a Granada por su alquería, tal como reza el consola­dor dicho popular- y poco monumental en lo arquitectónico.
A cuantos hemos escudriñado en el pasado de nuestra capital siempre nos había asaltado la duda. Bastaba la mirada atenta a los detallados planos de la ciudad coetáneos con el dibujo en cuestión, datable en 1837, para inclinamos a ella. Por aquella época la primitiva muralla árabe había des­aparecido y la que conservaba era la que corría de la Alcazaba a San Cristóbal-Puerta Purchena-Paseo-Parque y subía a la .misma fortaleza. Y este recinto solo abría hacia la playa una puerta: la conocida como del Mar.
Comparada ésta con la del dibujo se ob­serva una absoluta falta de correspondencia entre las plantas de ambas: la puerta de los planos no quiebra la línea de muralla, que es lo que hubiera ocurrido de haber estado allí la puerta del dibujo que nos ocupa.
Muy pocos años después toda aquella muralla del Mar fue demolida, como lo fue en el Paseo y en cuantas zonas su superficie se prestaba a la especulación, pues sólo la pobreza logró salvar y transmi­tirnos las torres de San Cristóbal y de la Chanca. Aún explicándose la avidez por los solares generados, sería impensable la impasibi­lidad ante el derribo de aquella bellísima cons­trucción, superior a las torres del Cuarte y Serra­no en Valencia y sólo equiparable a la toledana Puerta del Sol. E impensable del todo que entre la legión de románticos venidos a curiosear por Andalucía, sólo hubiese puesto sus ojos en aque­lla hermosura un único pintor: el gallego Genaro Pérez Villaamil. Inexplicable.
Y es que el dichoso dibujo no repre­senta otra cosa que la célebre Puerta del Sol recinto fortificado de Toledo, en una libre ver­sión del artista quien con ánimo de divertirse se llevó el Mediterráneo y sus gentes a las mismas puertas de la Ciudad Imperial. Para ello recurrió a algunas modificaciones. Amén de la exageración dimensional dada al monumento buscando grandiosidad, como buen romántico que era, añadió a la torre un cuerpo, el señalado con una A en la ilustración que acompaña estas líneas. Quitando el referido cuerpo, algunos detalles ornamentales, el agua y la escena formada ante ella, la torre es estructuralmente idéntica a la original toledana. Hasta el sencillo torreón que se dibuja en un velado segundo plano, tiene su traducción toledana en la Puerta de los Alarcones, otra dificultad más para cuantos intentaran la toma de la fortaleza que antaño constituía Toledo.
El cuadro original, base de la lito­grafía que lo popularizó, fue presentado por Villaamil en la Exposición de la Academia de Nobles Artes de Madrid el año 1838 y lo tituló Fragmento interesante de fortificación árabe y estaba tomado, con algunas modificaciones (...) al natural de la Puerta del Sol de Toledo; el pintor animó el trabajo con varios faluchos, tartanas y otros géneros de barcos del Medi­terráneo así como las figuras de los pescado­res marineros y gentes de campo (...) para -decía el cronista de la muestra artística- dar una idea de carácter distintivo del aspecto trajes de los naturales de aquellas costas (...) del medio día de la España. Y en verdad que el atinado pincel del autor realizó con el acierto propuesto, la versión playera de tan serio monumento castellano.
Pero ¿cuándo pasa este dibujo a tomar carta de naturaleza almeriense, hasta el punto de lograr casi un título no ya de hijo adoptivo, sino de predilecto de nuestra ciudad?
En 1842 la casa de Alberto Mauser, co­mienza a publicar en París la obra cumbre de Villaamil: La España artística y Mo­numental... .
Cuando en 1850 se dio fin al trabajo -litografiado por artífices franceses, que pusieron de su cosecha aún mayor grandio­sidad y fantasía- se había logrado una magnífica colección a gran tamaño de los monu­mentos más notables del país, un bello álbum  que no tardó en dar a conocer al artista en una Europa ávida de romanticismo y que tenía a España por parienta enigmática.
En portada se puso el dibujo que comen­tamos, elegido por su autor por ser la única vista que no obedecía totalmente a la reali­dad, que no pertenecía a una determinada ciudad, neutral fantasía presentadora de la colección.
Y así quedó, hasta que un siglo más tarde algún paisano -de esos que creen que los demás nos creemos que los pájaros maman- endosó esta hermosa criatura de Villaarnil a la ciudad de Almería, con cuyo aire oriental casaba a la perfección... y como el dibujo resultaba bonito y barato y además alagaba el ego del almeriense por su gran­diosidad, comenzó a propagarse con éxito creciente y hoy La puerta del Mar de Almería constituye una mentirijilla que a punto está de convertirse en verdad de tan repetida.
Ojala que de aquella jornada de baño nos hubiera dejado Toledo semejante re­cuerdo. Nosotros le hubiéramos correspondido con cualquier cosa, salvo -por comprensible razón de supervivencia- con llevarle el mar allí. Pero Villaamil, sin saberlo, se encargó de hacer posible con su fantasía ambas cosas.
José Luis Ruz, Consejero del Instituto de Estudios Toledanos."


















sábado, 23 de julio de 2011

DON NICOLÁS SALMERÓN Y SU “SOBRINO” DE BERJA.


                                                                                              
DON NICOLÁS SALMERÓN Y SU "SOBRINO" DE BERJA. 
 
Artículo de José Luis Ruz Márquez, publicado en la revista "El Eco de Alhama", nº especial de 2008, dedicado al centenario de la muerte de Nicolás Salmerón, y en el diario "La Voz de Almería" de 4/10/2008. Ilustración dibujo del autor. 

"Leí una vez que el Emperador del Japón había declarado a un viejo lacador, maestro de varias generaciones, tesoro viviente de la nación y pensé: solo un oriental puede crear un título tan sensible como este para premiar la dedicación a un arte y, sobre todo, al afán por transmitirlo. No pocas veces he creído hallarme ante personas "tesoros vivientes" de muchas facetas de la transmisión. Una de ellas ante don Antonio Salmerón Pellón, (1882-1975) ilustre virgitano al que tuve el placer de oír relatos de su existencia larga e intensa.

Bastaba con apuntar, con prender el cabillo de cualquier hilo para que don Antonio desmadejara todo el ovillo de un tema con infinita amenidad, ingenio y gracia. La hazaña de su suegro siendo estudiante de Medicina en Madrid, salvador de un niño que se adentraba sobre la superficie helada del estanque de El Retiro detrás de las monedas que le arrojaban unos, más que mayores, malvados. Sus viajes de estudiante a lomos de mulas atravesando la sierra desde Berja camino de Granada, con encuentro con auténticos bandoleros que encargaban al cosario que a la vuelta les trajera unas libras de chocolate…

Unos eran relatos de su entorno cercano y otros, los más, de situaciones por él vividas. Por razones obvias -y dado los tiempos que corrían- a sus experiencias políticas no solía recurrir, aunque en contadas ocasiones daba algún apunte, evocaba alguna de sus actuaciones tales como los discursos con los que él mismo, en tiempos de la 1ª guerra mundial, inflamó y levantó en sonada huelga a los panaderos de su pueblo, evocaciones en las que don Antonio siempre dejaba entrever su republicanismo y la admiración por sus  prohombres.

Ahora que se cumple el primer centenario de la muerte del presidente de la 1ª República don Nicolás Salmerón y Alonso, me viene a la memoria una anécdota que me contó en varias ocasiones y que siempre oí con la misma satisfacción del que relee un libro apreciado o vuelve a ver la película que le impactó.

Y es que llegó don Antonio para estudiar peritaje industrial a la escuela de Tarrasa. Su simpatía y su capacidad comunicativa, pronto le hicieron popular entre los alumnos, quienes, al conocer su condición de almeriense y ver como compartían apellido, no tardaron en hacerle sobrino de don Nicolás. Él, halagado, se dejaba querer y a las preguntas que sobre su parentesco le hacían en vez de negarlo unas veces fantaseaba y otras sonreía con cierto aire cómplice, lo que acabó por confirmarle como sobrino "de verdad" del célebre prócer alhameño con el que ningún lazo familiar le unía y ni  tan siquiera conocía.

Así vivió el joven don Antonio una larga temporada, feliz “sobrino” del notabilísimo político, entre alumnos y profesores, hasta que de sopetón una noticia le despertó de aquella fantasía: en un par de días don Nicolás Salmerón en persona, en carne y hueso, iba como diputado a girar una visita a la escuela donde sería solemnemente recibido por el claustro y el alumnado en pleno.

Se le vino el cielo encima. La sola idea de verse descubierto delante de sus profesores y compañeros le angustiaba; no veía el modo de salir del atolladero en que su  ingenuidad y su vanagloria le habían metido. Pensó huir, ponerse “enfermo”, “enfermar” a un  familiar, cualquier cosa con tal de evitar aquel trance. Aquella noche fue incapaz de conciliar el sueño; no paró de dar vueltas y vueltas al colchón y a la cabeza, en busca de una solución.

A la mañana siguiente se presentó en el domicilio de “su tío” en Barcelona, y solicitó verle anunciándose como sobrino carnal de don Francisco Salmerón Lucas -y esto sí era verdad- un abogado que había sido pasante de don Francisco, hermano de don Nicolás y ex-diputado por Almería. Le mandó subir Salmerón, le invitó a café, se interesó por sus estudios, le trató con simpatía y aunque  oyó sorprendido la confesión del entuerto, nada dijo, por lo que nuestro don Antonio salió de aquella visita con una sensación agridulce que también se encargó de quitarle el sueño aquella noche.


Y llegó el día siguiente. La escuela de gala. Los alumnos en formación y en la primera fila habían colocado -como no podía ser de otro modo como “sobrino” que era- un don Antonio a quien le tiemblan el alma y las piernas. Aferrado a la esperanza de que cualquier suceso suspendiera la visita andaba cuando la llegada de la comitiva le rompe el jarro de aquella ilusión. Don Nicolás saluda al director y a los  profesores y cuando con ellos inicia el camino hacia el salón de actos detiene levemente el paso, se gira hacia nuestro sufridor y mientras le sonríe le da dos palmaditas en el carrillo. Así, con este sencillo gesto, con este guiño de complicidad, convirtió Salmerón en su “sobrino” para toda la vida, al menos académica, a don Antonio Salmerón Pellón, tesoro viviente de la memoria para cuantos tuvimos la suerte y el gozo de oír sus relatos. José Luis Ruz, 2008."






















jueves, 21 de julio de 2011

PERCEVAL. LA DEGOLLACIÓN DE LOS INOCENTES


                                                                                               
LA DEGOLLACIÓN DE LOS INOCENTES POR PERCEVAL.

Artículo de José Luis Ruz Márquez publicado por el Ateneo de Almería con motivo de la exposición homenaje al artista celebrada en 1992.

"Quien ve por vez primera esta obra de Jesús de Perceval se encuentra un cuadro que plasma el cumplimiento de la orden con la que Herodes se ganó para siempre el miedo y el odio de nuestros corazones infantiles: la famosa Degollación de los Santos Inocentes.
El tema, tan repetido en el Arte a través de los tiempos, está plasmado en la tabla cumpliendo con todos los cánones de la pintura renacentista: la arquitec­tura, con sus típicos elementos y ornamentaciones, en ajustada fuga central sirve de escenario a aquella tragedia, cuyos personajes están representados por apretados dibujos y acertado cromatismo. Todo en conjunto logra transmitimos una idea de unidad.
Pero esto es sólo una apariencia. Si por segunda vez se le vuelve a mirar -ahora ya con los ojos del detalle- la cosa cambia. Aquella unidad -a la que ayuda también el magnífico marco que el artista creó para cercar su obra- es engañosa. Saltan entonces a la vista anacronismos y extemporaneidades . . .
¿Pero qué hacen allí -se pregunta uno- personajes de chistera y levita, trajes y americanas?, ¿qué hacen el avión y el globo mongolfiera surcando el cielo? ¿A qué ha ido allí, cántaro a la cabeza, la hermosa mojaquera? Al tratar de dar respuesta a estas preguntas, entramos en la historia de este cuadro, uno, quizá, de los más logrados y representativos del pintor Jesús de Perceval.
Sabido es el aislamiento que al final de los años cuarenta sufría el régimen de Franco. El gobierno, con el deseo de aproximarse a la comunidad internacional dando una mayor impresión de apertura y evolución, proyectó la Bienal Hispano­ Americana de las Artes a celebrar en 1951. Consignas e informaciones se encargaron de dejar claro que a aquella cita no debían acudir obras de las viejas escuelas. Había que dar, a toda costa, la sensación de que el régimen evolucionaba, sumándose al carro de la vanguardia en el Arte.
Y así las cosas se presenta Perceval con esta obra tremendamente clásica, ordenada. Tan trabajada que se le ha ido en su elaboración mas de un año de trabajo. La reacción fue enorme. Aunque apartado de las normas dictadas, el cuadro deja desarmados a los "censores" quienes ante su calidad, tienen no sólo que admitirlo, sino sufrir cómo gana popularidad por día y se convierte en el centro de atracción de aquella muestra.
Pero aquellos "calificadores" no se resignaban. Alguna manera habría para castigar la audacia de aquel artista y de su obra. Con lupa comenzaría a verse la simbología que aquélla encerraba y el Ministerio de Gobernación hizo acopio de fotos, detalle a detalle. . . y con ellas fue ilustrando un informe que alimentaba su tesis de que aquella pintura no constituía otra cosa que una clara manifestación anti-régimen, merecedora de cárcel para el autor.
A la sazón se hallaba en Madrid Saporitti, redactor del New York Time, y en aquella amenaza de encarcelamiento, vio un modo de proyectar a Perceval y su obra hacia el extranjero y en varias reuniones en el café de Gijón trató de convencerle para que lejos de retractarse de cuanto se le acusaba, adoptara una posición intransigente y exagerada para lograr su detención, dando así el "golpe". Pero Perceval ni se retractó de nada, ni tampoco siguió el consejo del americano, argumentando que era algo que por su oportunismo no iba con su modo de ser.
La temática del cuadro llegó hasta el Consejo de Ministros y sobre él -según reveló luego Juan Aparicio- opinaron todos y hasta el mismísimo Franco al que, curiosamente, parece que le gustó.
Los ojos de aquellos censores se detenían en lo que aún se detienen los nuestros: en el centro del cuadro un Picasso coronado por la Paloma de la Paz, está flanqueado por un guardia civil, ¿lo lleva detenido o lo va protegiendo de los iracundos que por aquellos días han leído el manifiesto por él lanzado contra la Bienal? .
Delante del célebre malagueño, con la cabeza inclinada, como tronchada, Federico García Lorca. A esta imagen del poeta, cuya muerte tanta trascendencia negativa había tenido para el Régimen, fue a la que dedicó más atención crítica el Ministerio el cual acusaba al artista de haberla representado así para que se reparara en su crimen, para que todos relacionaran su cabeza con las cabecitas cercenadas de los niños. "No represento crímenes -argüía Perceval- sino a los inocentes de todos los tiempos".
Además de Picasso y Lorca, que ocupan el centro geométrico y argumental ­del cuadro, otras figuras extemporáneas llaman siempre nuestra atención: A nuestra izquierda, con corbata roja, está el propio Perceval acompañado del filósofo Eugenio d'Ors, de impoluto traje blanco, su protector y alma de la Bienal. Sobre ellos, contempla la acción, con camisa roja y corbata negra, José García Nieto, su poeta amigo y hoy académico de la Lengua. Junto a éste, levitando en un periódico abierto dos niños que representan la juventud creadora.
Bajo los soportales de nuestra diestra, con chistera y levita hace mutis por el foro la viva imagen del Romanticismo y con él los viejos conceptos decimonónicos del arte, mientras en la terraza dos mujeres contemplan divertidas la matanza, todo un símbolo de la indiferencia, mientras al fondo, a lo lejos, la Virgen, San José y la borriquita huyen de tanta tragedia, tanta injusticia y tanto dolor. Del cielo pende un huevo, plomada de equilibrio y de la proporción en el Arte, algo que siempre buscó Jesús de Perceval.
José Luis Ruz, Enero 1992"