¡TURCOS EN LA COSTA¡ El ataque a Adra en 1620.
Artículo de José Luis Ruz publicado en el periódico Diario de Almería de 11 de octubre de 2020. Dibujo recreación de Adra antigua, original del autor."Cuatro siglos se cumplen ahora .del ataque de los turcos a Adra y aquí como si nada. Tan ricamente. Atentos a las cosas que nos separan y en el olvido del pasado que nos une; creo que Adra aunque solo fuera una vez al siglo debería conmemorar la defensa que un día le hicieron sus hijos. Mientras se lo piensa, yo lo voy a hacer con este relato.
La Adra que he dibujado aunque figura ser del siglo XVIII, es la amurallada por la reina Juana en el XVI y la misma del XVII si quitamos tierra. Una villa contra la que rompen las olas tan cerca que ante la puerta del Mar han construido un revellín para evitar su cañoneo desde los barcos.
El mar que le trajo culturas y le metió los atunes en la almadraba de sus monedas fenicias y romanas, es ahora la frontera de las viejas escrituras de las tierras costeras: "... y al sur linda con el moro". Con el Mar. Moro, turco y peligro son una misma cosa.
Por eso nadie en Adra levanta la cabeza sin echar la vista al mar. El miércoles 14 de octubre de 1620, una de aquellas miradas descubre una escuadra: guiña los ojos: cuenta sus navíos: catorce, y la reconoce: ¡turca!
Toque de rebato. La gente del mar y de la vega corren a protegerse tras las murallas, mientras la más alejada huye hacia la sierra. Los bufidos de caracolas avisadoras de las riadas suenan ahora a la contra, río arriba, pues no es agua lo que anuncian, sino sangre. Y por los atajos emisarios a caballo llevan la mala nueva a los pueblos. Es Berja la primera en acudir al mando del capitán Guréndez de Salazar quien a la vista de Adra comprende que la ayuda ya no va a ser posible desde dentro, ni acometer al turco que la ataca; hasta que no vengan refuerzos no puede hacer sino amagar, correr la caballería de un lado a otro para distraer al invasor del asalto a las murallas.
Sobre ellas una guarnición corta, mal pertrechada y escasa de pólvora, lucha contra unos turcos apoyados en su número, ochocientos, y en la artillería de sus barcos. Poco puede hacer por mucho que el capitán de Adra Luis de Tovar la anime con sus órdenes y con su ejemplo heroico. Cuando este cae muerto a los pies de la muralla, toda la población, trescientas personas, ya está refugiada en el castillo.
Dueños de la muralla y sus cubos, los turcos se entregan al saqueo mientras los sitiados se recogen en la torre del homenaje, el Macho, cuyos muros interiores acaban demoliendo para con sus escombros taponar la puerta que resiste así la acometida de los cañones.
A la luz del día siguiente, ven al capitán Guréndez y al cabo Guerra con sus virgitanos, luchando en desigualdad y bajo el cañoneo de las naves, contra otros doscientos turcos desembarcados para reforzar el ataque a la torre.
Así de angustiados andan cuando ven como por el río aparece una importante tropa. ¡Qué alivio! Sin ellos saberlo, aquella aparición les suena como a nosotros, de niños, nos sonaba en las películas de indios la llegada del séptimo de caballería al fuerte cercado.
Es el alcalde mayor del partido, Sebastián de Céspedes, con media Alpujarra armada. Forma escuadrón con la gente de su milicia de Ugíjar y las escuadras de Berja, Fondón, Presidio, Paterna… y despreciando los cañones, al grito de ¡Santiago!, ataca la villa a la que accede por la Puerta del Mar, desplazando al enemigo.
Levan anclas los turcos y El Macho les envía el disparo de un pequeño cañón, que suena a advertencia de padre sin autoridad, "¡que sea la última vez…!", un tiro al que ni siquiera responden los otomanos, retirados con un centenar de hombres menos... y el propósito de volver, como así harían al día siguiente sin éxito alguno.
Aún velada por el humo, se muestra clara la tragedia. Trece soldados, el capitán y dos mujeres muertos, muchos heridos y del gato al caballo todos los animales han sido degollados, las casas al saco y quemadas y hasta San Nicolás -que ya opositaba para patrón de Adra- ha ardido en la iglesia, ahora descampanada y tan debilitada como la fe de muchos de los liberados, recitadores, eso sí por lo bajito, de aquello tan descreído: "Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos."
La Torre Macho se yergue orgullosa/o, -que poco importa- al saberse guinda inalcanzada del ataque y por ello Adra podrá declararse imbatida al igual que España puede decir que Francia no la conquistó por no haber entrado en Cádiz, cuando en ambos casos el indeseado visitante se paseó insultante por todos los rincones de la casa y lo único que no hizo fue meterse en la cama de matrimonio.
El Macho fue todo un símbolo para Adra, su sello municipal hasta 1830. Cuando la memoria aflojó y el mar, ya más seguro, se había retirado tanto que los cañonazos no llegaban al agua, con el permiso de la capitanía general, que no de la Historia, la fortaleza fue derribada. De este desagradecido modo terminó la torre macho que tuvo lo que había que tener de macho y de hembra cada vez que en Adra se gritó ¡turcos en la costa!"
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