PADILLA, ALMERIENSE FORZOSO. Con la música a otra parte.
Artículo de José Luis Ruz Márquez publicado en el periódico Diario de Almería de 15 de noviembre 2020. Ilustración dibujo original del autor.
"El maestro Padilla vio la luz en 1891 en una corta calle que se llamaba Zaira antes de ser dedicada por la política a un daliense que lo fue todo en la Almería primorriverista, Gabriel Callejón, y por él llamada con sorna "Callejón de Callejón". Desde donde acudió a sus clases de música y progresó hasta que se le quedó chica Almería y saltó a Madrid, a su
conservatorio, y desde allí a las cotas más altas de la Música con el éxito de todos conocido.
No van estas líneas por el estudio de su obra; solo tratan de aportar unas notas sobre la relación filial del músico con su ciudad que aunque parece modélica -él compone para ella, para su Patrona, ella le dedica calle y auditorio- tiene algún que otro punto oscuro.
Por 1950 recién vuelto de América solía ir Padilla al café Gijón de Madrid, donde en ocasiones compartió velador con Rosario del Moral Perceval, tía materna, para situarnos, de Jesús de Perceval. Se conocían, aunque nunca supe de qué, pero parece cosa de paisanía y vecindad, pues en el tiempo de la niñez de Padilla, la hermana mayor de Rosario, vivió los primeros años de su matrimonio en la casa número 8, aún en pié, del citado Callejón de Callejón, vivienda por medio con la natal del artista.
Le invitó Rosario a merendar a su casa de Madrid y allí se presentó el maestro y ante el café y las pastas entre los dos paisanos surgió un diálogo que conocí por María de Perceval, la hija de Rosario, presente en aquella conversación como su marido, Diego Fernández de Córdoba, y José García Nieto, Adolfo Prego... y otros escritores amigos:
-Maestro, ¿Cómo es que no va usted nunca por Almería…?
-Es que a mí no se me ha perdido nada allí.
-Pues allí ha nacido usted…
-Si, pero uno no elige el sitio donde nace.
-Pero como usted hizo el himno de Almería y ahora está con el de la Patrona...
-Ya, ya; pero es que a mí me pagan por hacer música.
No estaba Padilla por admitir otra relación con Almería distinta a la del registro civil. A cada pregunta la justificación con la que se desvinculaba. Había un mal de fondo cuyo origen era un misterio para la almeriense quien, sorprendida y perpleja, dejó a otros llevar la conversación por nuevos derroteros.
Recreando y recreándose en su rico anecdotario andaba Padilla, cuando de pronto y voluntariamente retornó al tema almeriense para contar, de broma pero dolido, una cosa que sonó a justificación de sus desdenes.
Estaba él en Madrid, cuando se le rogó la asistencia a un homenaje que le habían organizado en Almería. Pretextó la mucha ocupación, cierta, y propuso el retraso del acto pero insistieron tanto que hizo la maleta y viajó a Almería a donde llegó agotado tras la aventura del tren de entonces.
El acto consistía en la entrega de no sé qué reconocimiento en el transcurso de un banquete, con discursos aburridos a mayor gloria de cada orador, cerrando el compositor con su palabra las intervenciones; una ovación y cuando apenas se habían apagado los aplausos, ¡le pasan la cuenta del restaurante! Se retiró indignado el maestro y se le hicieron larguísimas las horas de espera para el regreso; jamás alzó la mano con más alegría que cuando dijo adiós a algunos de los tacaños, aunque educados, que le habían ido a despedir a la estación. Sintió no haber sido judío bíblico para sacudir sus zapatos sobre el estribo del tren y no llevarse pegado en sus suelas ni un grano de arena.
Tal vez este acto tuviera lugar en 1942 cuando trajo el himno de la ciudad. No parece cuadrar en la visita de agosto de 1946 cuando vino a estrenarlo y llevarse, con la arenilla del calzado, el título de hijo predilecto de la ciudad y el sabor de unas migas compartidas con su primo hermano, también maestro, pero peluquero, José Viedma Padilla establecido en el número 4 de la calle Concepción Arenal.
En donde un día de agosto de 1951 se presentó el músico para recoger al primo con la sana intención de ir a comer callos que, con las migas y el pimentón, eran para él las estrellas de El Imperial. Al día siguiente, el de la Virgen del Mar, se festejó la primera comunión de Pepito, el hijo de su primo, en su casa de la calle de Las Cruces y allí entre un par de parientes, vecinos y chiquillos brilló por última vez la figura, aún elegante, del compositor en Almería.
Y hasta aquí las notas que han pretendido echar algo de luz, de candil, sobre el autor de La Violetera.
Si, como dicen, no hay enemigo pequeño, no habrá tampoco amigo que por chico sea desdeñable; cualquier noticia puede ser de importancia para el conocimiento de una persona y no creo que sea baladí la de la mala relación con la madre, con su ciudad, en la biografía de un hombre.
Tiene que haber necesariamente una motivación y además seria. Desde aquí animo a Antonio Sevillano, quien descubrió la casa natal del músico, a que la busque, a ver si damos con la causa del tomarse tan en serio lo de irse de Almería con la música a otra parte, con el porqué de sentirse el célebre maestro Padilla, un almeriense forzoso."
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