!VAYA TELA! Tesoro árabe en Pechina.
Artículo de José Luis Ruz Márquez publicado en el periódico fiario de Almerí de 20 de julio de 2020."Obras en el cortijo de Perceval, una casa chata y mediterránea, con las vigas de tronco de palmera sosteniendo las cañas y la launa de sus cubiertas, un cortijo del camino de Enmedio que hoy agoniza, como tantos, en el campo de Pechina. Destinado a vivienda del aparcero y a la guarda de las bestias y aperos de labranza, a finales del siglo XIX sus propietarios, don Juan del Moral Almansa y doña María de Perceval, emprenden la obra de adaptarlo para pasar en él largas temporadas. Una de las actuaciones consiste en el derribo de un par de estancias con el fin de construir un salón que servirá también de estudio y acabará siendo decorado con pintura del propio don Juan.
Cuando los obreros empiezan a desmontar el suelo un golpe de piqueta produce un hueco por el que se deja ver, tras el acomodo de los ojos a la oscuridad, una pequeña habitación encalada, con el suelo de ladrillo y en la que reina en solitario un arca de pino lisa y pequeña.
Aquello huele a tesoro. La suben y en un santiamén la están abriendo. En el fondo yace muy bien dobladita una tela que nada oculta, sin acompañamiento de joyas ni monedas. La decepción ensombrece las caras al tiempo que sólo se ilumina la de don Juan, el único que ve que aquel tejido bello es un pedazo de historia almeriense que acaba de volver a la vida.
Cuando la tela llega a Almería, a casa de don Juan en la calle del Cid, que así se llamaba entonces la de Eduardo Pérez, ya estaba esperándola impaciente don Cristóbal Bordiú, el ilustre abogado nacido en Almería en 1856, registrador de la propiedad cuando no ejerce de vocacional arqueólogo e historiador. Se encaprichó de ella, se la regalaron y a su casa de Madrid fue a parar y allí estuvo años, a modo de repostero, colgada tras el sillón de su mesa de despacho.
¿Era tela de rezo?. Eso parece por contar con arqueta propia y, sobre todo, por hallarse tan discretamente guardada en un sótano, tipo de estancia poco común en los cortijos y que parece hecha ex profeso entre 1488 y 1570, en un tiempo en que la oración del musulmân era perseguida y había que ocultarla a los ojos de los cristianos y a los de los propios hermanos conversos. En algún recrudecimiento de la persecución a los moriscos decidieron cerrar con obra la trampilla secreta a la espera de unos tiempos mejores que nunca vinieron y sí, en cambio, la confiscación, la expulsión y la llegada de nuevos pobladores cristianos... luego el tiempo se encargó de echar todo al saco del olvido.
Sea como fuere, esta aparición es evocadora del pasado textil de nuestra tierra, vinculado a los primeros califas
cordobeses que crearon "la casa del tiraz", en la que se manufacturaban las más suntuosas labores de seda del mundo. Una casa que pronto dejó de estar sola, apareciendo en el siglo XII con la aquiescencia y control califal otras en Sevilla, Málaga, Almería, Pechina.. siendo la nuestra, después de la cordobesa, la casa más apreciada, agrupadora de más de ochocientos telares de seda.
Continuó aquel tejido con una existencia exitosa con los almorávides, tornándose a partir del siglo XIII técnica y estéticamente más hispano-andalusí, línea en que se mantendría hasta su decadencia en tiempo de los moriscos. Hoy, exceptuando las escasas muestras de seda en los museos, poco rastro queda de aquella actividad textil. Si acaso, nuestra afición, casi genética, al gusano de seda, la única oruga de la creación a la que desde niño tratamos con simpatía y admiración, no sé sabe si por su pasado de tejedora laboriosa o por su apetito. Un apetito que trataban de saciar con las hojas de las infinitas morenas plantadas en las vegas… "El Moreal" se llamó primitivamente, por cierto, el cortijo pechinero en que apareció nuestra tela, a la que nuevamente volvemos.
Muchas veces estuvo Jesús de Perceval en la casa madrileña de don Cristóbal después de fallecido éste en Cuevas en 1934 y ya no la vio allí ni en el despacho ni en ningún sitio. No le resultó oportuno preguntar por ella y la olvidó hasta que en los primeros días de la Guerra Civil acudió al ayuntamiento de Madrid en busca de la ayuda de Pepe Bordiú Cordero, el hijo de don Cristóbal, quien le recibió en secretaría con un afectuoso abrazo desde el que vió, con no poca alegría, que la tela regalada por sus abuelos colgaba en la pared, sobre el sillón de despacho. Pensó en fotografiarla, pero no llevaba la cámara y tampoco eran de foto los disparos que demandaban aquellos tiempos desgraciados.
Muchas veces oí a Perceval hacerse preguntas sobre la tela y su destino final. ¿Volvió a la casa de los Bordiu? ¿Se quedó en el ayuntamiento de Madrid? ¿La degradó algún bruto a la categoría de trapo?
Preguntas sin respuesta en la historia de una tela -que yo supongo obra del tiraz concedido a Pechina por los califas Omeya- a la que unos golpes de piqueta despertaron de un sueño de siglos, para aparecer sola, sin necesidad de acompañarse de joyas ni monedas, muy segura ella de ser un auténtico tesoro... !Vaya tela!"
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