EL PINTOR ENTERRADOR. Vicente Ferrer Vicente.
Articulo de José Luis Ruz Márquez publicado en el periódico Diario de Almería de 8 de junio de 2020.
"Una casa de la calle del Cuerno en el barrio pechinero de La Jarica y en ella una cama, una mesa, un par de sillas y una cantarera conforman el sencillo reino en el que viven Vicente Ferrer Vicente y su mujer Rosa García, menuda y afable que si alza su voz es por ser sordilla, siempre de blanco delantal impoluto y a todas horas pendiente de su marido, haciendo verdad aquello, reversible, de que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer. Ella, tan limpia y aseada, no pone inconveniente alguno en que aquella casa sea el estudio en el que Vicente pinte en lienzos, tablas y papeles y, de vez en cuando, sobre las paredes, reproduciendo en ellas un ambiente palaciego con espejos, sillas y lámparas barrocos.
Todo un mundo de trampantojo que recreará también en la sala de autopsias, su "oficina", pues Vicente es desde joven enterrador de Pechina. En contraste con el ”lujo” de la sala y el de su casa, en las tapias del cementerio, como si quisiera estar más acorde con la desnudez de la muerte, llena los espacios libres de los muros con unas pinturas geométricas, como la simple arquitectura de tacos y arcos de madera tintada de nuestra niñez.
Él mismo tenía clasificadas sus obras en "memoriales”, “ideales” e “industriales”, según procediesen de sus recuerdos, su imaginación o estaban hechas para vender. Al grupo de las "ideales", sus preferidas, pertenece una que se conserva en casa -figurante en la exposición naif del Museo de Arte del pasado año- y que asoma aquí para ilustrar este artículo: "La llegada de San Indalecio a Pechina", una tinta/color definitoria del artista naif, siempre impositor de la realidad suya sobre la realidad-realidad, sin importarle un bledo que aquel varón apostólico del siglo I llegara a evangelizar en un galeón del siglo XVIII, ni el que ya le esperaran allí, adelantadas a la fe, la ermita de su advocación y el templo parroquial. Como tampoco le importa nada que el mar tenga que subir río arriba para romper sus olas contra el mismísimo pueblo.
Perceval conocía a Vicente por la relación que tenía con Pechina donde pasaba temporadas en la finca de su abuelo don Juan del Moral Almansa y en la que en ocasiones trabajó Vicente. A pesar de la diferencia de edad a Jesús niño le gustaba oírle hablar porque decía cosas que los otros hombres no decían. En su reencuentro, después de la guerra, habló con él ya como hombre y le vió pintar, descubriendo entonces que su singularidad radicaba en que tras Vicente Ferrer Vicente (Viator,1900) aquel hombre rudo, campesino, pescador y a ratos sepulturero, se escondía un artista con el que compartía admiración y otras muchas cosas...desde el interés por la arqueología hasta el uso del verbo saber en la muletilla de sus conversaciones: el “¿No sabes, comprendes?” de Jesús y el “¿Sabe usted?” de Vicente.
Empeñado en promocionarlo, Perceval le incluyó en la exposición indaliana de Pechina en 1946; recurrió a Tico Medina, que sería autor de más de un retrato magistral y periodístico de nuestro artista; a Vallejo Nájera quien le incluyó en su "Diccionario de pintores naif"... organizándole en 1956 su primera exposición individual en la sala Villaespesa de Almería. En la presentación del catálogo de aquella muestra, Jesús lo define como "un primitivo con toda la angélica gracia pechinera" que "sabe -dice- contarnos los pueblos como solo podría hacerlo el diablo cojuelo llevándonos por los aires, levantando las tapas de las tejas en las casas, viendo cómo la gente se mueve y se afana" siendo además "capaz de pintar la costa desde Málaga a Almería sin necesidad de moverse de su casa.“
Analfabeto, no sabía nada de arte, ni conocía ningún nombre de artista a excepción del de su amigo Perceval, quien le habló de Picasso y le mostró reproducciones de sus obras.
Para ver la forma en que había interpretado Vicente lo contado por Jesús, este hizo que un periodista le preguntase:
-¿Sábe quién es Picasso?
Vicente se puso serio, pensó un ratito y alzando el cuello y el dedo índice, pontificó:
-!También pinta!
Poniéndose así, con dos... palabras, a la altura del genio malagueño al que, curiosamente, nunca dejaría de considerar un “estrambótico”.
Queda ciego en 1970 y sin la protección de su compañera y admiradora, surgen las enfermedades. Con las del cuerpo, no tardan en aparecer las del alma, una melancolía y tristeza que raramente dejan paso al optimismo. La ansiada operación no le deparó -a él tan capicúa- la suerte de ver y verse de nuevo con sus pinceles, bregando con el color y la luz.
Y así, a oscuras, sin verla llegar, le sorprendió la muerte un día de 1989. Faltando Rosa, dudo mucho que le llegara a tiempo el traje negro que decía necesitar “para cuando me estire”. Porque esa es otra: Vicente no muere, se estira. Genio y figura… hasta la sepultura. Una sepultura que no fue la que para sí tenía dibujada desde 1962, sino otra sencilla a la que le llevaron sus paisanos a hombros, la única vez que no hizo Vicente a pie la ruta del camposanto."
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